– Edición especial 30 aniversario. LP+CD con secuencias originales y 5 temas extra. Incluye libreto de 12 páginas con fotos inéditas y texto de Fernando Gegúndez. Edición limitada a 500 copias.
–<
–<
Ahora que ya sumamos edad y cierta perspectiva, es cuando quizá podamos empezar a calibrar las cosas y confirmar nuestros viejos impulsos y sospechas. Cosas que son como son, hasta que descubrimos… otras cosas. Quizá sea un observatorio esculpido por un instinto de supervivencia y curiosidad, el que nos permita desentrañar la transformación de sonidos, conductas, ruidos y talantes, alrededor de las músicas eléctricas. Eso que hemos convenido en llamar y distinguir, a falta de otra nomenclatura, como rock’n’roll. Muchas de nuestras excitaciones provienen de un voyeurismo audiófilo en vibración y alerta permanente. Y en cada pasaje histórico nos hemos dado de bruces con una feroz lucha entre la obsolescencia acomodada, cuando no calco sonrojante de lo previo, y la avanzadilla tendente a dicha alteración sónica. Hablamos del rock como ideal romántico (underground) de vida, no como industria voraz o vana evocación nostálgica. Por si necesita aclaración.
Acostumbrados, en ese extremo anguloso, a héroes lejanos, ya se sabe Velvet Underground, Can, Stooges, Sonic Youth, Pere Ubu, Tom Verlaine, Johnny Thunders, Brian Eno, Low, Suicide, Spacemen 3, Gilla Band, Liars, The Fall, Animal Collective, The Gun Club, Drahla, Gong, y el etcétera de cada uno; nunca nos habíamos sentido tan cerca geográfica y sentimentalmente como cuando apareció CANCER MOON. Ellos, como los citados, rompían con el rock formulario, para décadas después seguir siendo paradigma de singularidad, osadía y peligro. Esencias y raíces de ese rock’n’roll, cuya ideología y naturaleza es ir siempre más allá. Sobre todo más allá del propio rock’n’roll, al menos del ya prescrito y procesado, y de sus castrantes y solipsistas límites. Es su salvavidas. Y el nuestro. Eludir esa responsabilidad crucial acercaría su óbito o descrédito. Pero aguarda el resguardo de la vanguardia, y el estímulo del riesgo, a los que Yon Zamarripa y Josetxo Anitua se hicieron adictos, siempre desde una azotea ilustrada, un genio intuitivo y una entrega hasta corrosiva.
Reconocer aquel ideal romántico del rock en una cornucopia de intercambios y variaciones desemboca, casi sin querer, en experimento, carácter y diablura. Ahí se movieron Cancer Moon y esta su obra cumbre de 1994, que ahora disfrutamos de nuevo en su edición más cuidada, extendida y especial. No hace mucho alguien escribió que el romanticismo rock era travesura de occidentales malcriados. Cómo no reconocerse en algo tan preciso y cierto. Y a la vez tan impreciso e incierto cuando volvemos a sumergirnos con deleite en «Moor Room», brillante artefacto que congeniaba lo más visceral con lo más sagrado del ser humano, lo físico con lo metafísico.